En la charca de los príncipes azules
cientos de ranas cantan,
esperan con impaciencia a la dama
que sus labios bese una fría mañana.
Un día apareció una dama
y sobre un nenúfar encontró una rana tuerta.
Se acercó a ella y le dijo que sería la rana que besaría.
La rana con su ojo bueno la miró y dijo:
"Yo no quiero que nadie me bese,
soy feliz viviendo en estas aguas verdes".
Le volvió la espalda a la dama y se sumergió en el agua
dejando a las ranas cantarinas mudas por la conmoción.
En la charca de los príncipes azules
cientos de ranas cantan,
esperan con impaciencia a la dama
que sus labios bese una fría mañana.
Una ranita chula se acercó a la dama y le susurró al oído:
"Yo puedo ser el príncipe que repare tu corazón herido".
La dama apartó a la rana de su lado
y se unió al coro de los llantos o escuchados.
En la charca de los príncipes azules
cientos de ranas cantan,
esperan con impaciencia a la dama
que sus labios bese una fría mañana.
Un día volvió con la esperanza de que su rana recapacitara.
La dama volvió a ser rechazada y la rana se sumergió en la charca.
Reacia a renunciar a su rana, la dama se lanzó tras ella.
Pronto quedó por las ranas atrapada y la superficie desapareció de su mirada.
Con su última reserva de aire logró vislumbrar a su rana.
La miró con tristeza en su ojo y le dijo:
"Siento que renuncies a tu vida para estar conmigo".
En la charca de los príncipes azules
cientos de ranas cantan,
esperan con impaciencia a la dama
que sus labios bese una fría mañana.